Título: La lluvia amarilla
Autor: Julio Llamazares
Editorial: Booket (Grupo Planeta)
Nº Páginas: 144
Precio: 5,95 €
ISBN: 9788432217470
Andrés, el último habitante de Ainielle, pueblo abandonado del Pirineo aragonés, recuerda cómo poco a poco todos sus vecinos y amigos han muerto o se han marchado a la ciudad. Refugiado entre las ruinas, su anciana mente extraviada por la larga soledad sufrida, imagina las sensaciones de quien pronto lo encontrará a él bajo el húmedo musgo que ha invadido las piedras, su historia y su recuerdo.
Sobre el autor:
Julio Llamazares nació en el ya inexistente pueblo de Vegamián (León) en 1955. Su infancia transcurrió en la montaña y los pueblos, donde adquirió su amor y sabiduría por la naturaleza.
Ya en su juventud, formó parte del grupo poético Barro y fundó la revista Cuadernos Leoneses de Poesía. Licenciado en Derecho, ejerció poco tiempo como abogado, volcándose por completo en el periodismo escrito, radiofónico y televisivo de Madrid, ciudad donde reside.
Ha cultivado prácticamente todos los géneros literarios. La lluvia amarilla es considerada por algunos como su novela más profunda.
Argumento e impresiones:
Publicada en 1988 y convertida hoy en un best seller, La lluvia amarilla es un símbolo del éxodo rural, una novela fundamental de la literatura española reciente que consagró a Julio Llamazares como uno de nuestros más valiosos narradores.
Lectura obligada para aquellos que de una manera u otra amamos el medio rural. Una lectura dura, triste en muchos pasajes, que refleja la vida española tras la Guerra Civil de un pueblo del Pirineo oscense: Ainielle. Pero además, es una perfecta alegoría de la vida y de la naturaleza, donde el «amarillo» ejecuta la función de símbolo en la caída de las hojas del otoño que se equipara al fluir del tiempo y la memoria.
“…El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas, amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido” (pág. 51).
El capítulo inicial comienza por el “final” (no es spoiler) cuando el autor nos presenta el inhabitable y casi inhabitado pueblo de Ainielle y por cómo se describe la abrumadora desolación que le rodea; allí unos campesinos se adentran entre las tétricas y amenazadoras ruinas para encontrar el cadáver de Andrés, el último vecino de la aldea que morirá con él. La escena es fruto de la imaginación del propio moribundo, no obstante, no hay duda de la veracidad de su premonición: antes o después tendrá lugar esa “expedición” cumpliéndose su presagio.
De esta forma, Llamazares nos introduce en los idos pensamientos de Andrés creando un bello monólogo que derrocha tristeza, falsa esperanza y agonía. Andrés irá presenciando desde el primero al último de los abandonos de los aldeanos, así como sus muertes, y contempla con sus ojos cansados la muerte inexorable de Ainielle.
De principio a fin, la novela te engancha irremediablemente, no sólo por su bella pluma, sino por la situación que se vive y los muchos saltos al pasado que en ella se contemplan.
Personajes:
El escritor hace algo maravilloso con los personajes: nos cuenta su pasado de poco en poco, soltándonos lo imprescindible en el momento oportuno, agazapándonos de tristeza y curiosidad en cada una de las revelaciones.
Además, como está escrito en primera persona, hace que conectes de una manera increíble con el protagonista, Andrés. Lloras con él, te emocionas con él, ves lo que ve él como si estuviera delante de tus ojos. Este es un personaje exquisitamente rico psicológicamente. Es valiente y obstinado, fuerte y extraño. Yo creo que Llamazares ha hecho un trabajo estupendo al haber creado a este personaje. El resto de personajes pasan de refilón, protagonizando sueños, pero sobre todo recuerdos, del protagonista, por lo que no gozan de un excesivo espacio ni de mucho interés.
Los pensamientos de Andrés, el moribundo, son, incluso, asfixiantes. Se pregunta las cosas mil veces, anuncia incansablemente su propia muerte. La realidad se ve trastornada a sus ojos marchitos, teñida solo por aquella lluvia amarilla, aquella lluvia amarilla de muerte y recuerdos.
Narración:
Y ha llegado el momento de hablar de la pluma. Yo creo que es lo que define el libro. Su seña de identidad. Llamazares consigue crear un precioso entorno poético gracias a su pulcra escritura, rica en léxico, moderada y equilibrada. La abundancia de adjetivos hace de las descripciones párrafos verdaderamente preciosos, las palabras se restriegan por tu lengua antes de pronunciarlas. Saboreas todas y cada una de las frases, disfrutas del sonido que producen al flotar en el aire. Maravillosa.
La naturaleza, los paisajes y la climatología son factores inherentes de la narración donde los sonidos (y su ausencia), olores, colores y emociones juegan un crucial papel: son acordes el ambiente exterior y el interior del protagonista. Elementos naturales (el frio, la nieve, la lluvia, el fuego, el viento, el río, etc.) y diversos objetos cotidianos son esbozados por Llamazares con un claro significado simbólico.
Las metáforas son también un punto fuerte y característico del libro. Todo el que tenga un poco de cultura literaria es capaz de apreciarlas, comprenderlas y asimilarlas. La lluvia amarilla, el musgo, las casas pintadas de amarillo, etc. En todo el libro abundan, y, al fin y al cabo, el libro en sí es una gran metáfora. Es una metáfora preciosa que simboliza la muerte. Ese es el tema principal del libro. La muerte, el abandono, el olvido. La tristeza, al fin y al cabo.
Salvo una reflexión en voz alta en la última frase, la novela no cuenta con ningún diálogo.
“Pero todas [las construcciones], más tarde o más temprano, más tiempo o menos tiempo resistiendo inútilmente, acabarán un día devolviéndole a la tierra lo que siempre fue suyo, lo que siempre ha esperado desde que el primer hombre de Ainielle se lo arrebató” (pág. 125).
Publicada en 1988 y convertida hoy en un best seller, La lluvia amarilla es un símbolo del éxodo rural, una novela fundamental de la literatura española reciente que consagró a Julio Llamazares como uno de nuestros más valiosos narradores.
Lectura obligada para aquellos que de una manera u otra amamos el medio rural. Una lectura dura, triste en muchos pasajes, que refleja la vida española tras la Guerra Civil de un pueblo del Pirineo oscense: Ainielle. Pero además, es una perfecta alegoría de la vida y de la naturaleza, donde el «amarillo» ejecuta la función de símbolo en la caída de las hojas del otoño que se equipara al fluir del tiempo y la memoria.
“…El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas, amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido” (pág. 51).
El capítulo inicial comienza por el “final” (no es spoiler) cuando el autor nos presenta el inhabitable y casi inhabitado pueblo de Ainielle y por cómo se describe la abrumadora desolación que le rodea; allí unos campesinos se adentran entre las tétricas y amenazadoras ruinas para encontrar el cadáver de Andrés, el último vecino de la aldea que morirá con él. La escena es fruto de la imaginación del propio moribundo, no obstante, no hay duda de la veracidad de su premonición: antes o después tendrá lugar esa “expedición” cumpliéndose su presagio.
De esta forma, Llamazares nos introduce en los idos pensamientos de Andrés creando un bello monólogo que derrocha tristeza, falsa esperanza y agonía. Andrés irá presenciando desde el primero al último de los abandonos de los aldeanos, así como sus muertes, y contempla con sus ojos cansados la muerte inexorable de Ainielle.
De principio a fin, la novela te engancha irremediablemente, no sólo por su bella pluma, sino por la situación que se vive y los muchos saltos al pasado que en ella se contemplan.
Personajes:
El escritor hace algo maravilloso con los personajes: nos cuenta su pasado de poco en poco, soltándonos lo imprescindible en el momento oportuno, agazapándonos de tristeza y curiosidad en cada una de las revelaciones.
Además, como está escrito en primera persona, hace que conectes de una manera increíble con el protagonista, Andrés. Lloras con él, te emocionas con él, ves lo que ve él como si estuviera delante de tus ojos. Este es un personaje exquisitamente rico psicológicamente. Es valiente y obstinado, fuerte y extraño. Yo creo que Llamazares ha hecho un trabajo estupendo al haber creado a este personaje. El resto de personajes pasan de refilón, protagonizando sueños, pero sobre todo recuerdos, del protagonista, por lo que no gozan de un excesivo espacio ni de mucho interés.
Los pensamientos de Andrés, el moribundo, son, incluso, asfixiantes. Se pregunta las cosas mil veces, anuncia incansablemente su propia muerte. La realidad se ve trastornada a sus ojos marchitos, teñida solo por aquella lluvia amarilla, aquella lluvia amarilla de muerte y recuerdos.
Ainielle (Huesca). |
Y ha llegado el momento de hablar de la pluma. Yo creo que es lo que define el libro. Su seña de identidad. Llamazares consigue crear un precioso entorno poético gracias a su pulcra escritura, rica en léxico, moderada y equilibrada. La abundancia de adjetivos hace de las descripciones párrafos verdaderamente preciosos, las palabras se restriegan por tu lengua antes de pronunciarlas. Saboreas todas y cada una de las frases, disfrutas del sonido que producen al flotar en el aire. Maravillosa.
La naturaleza, los paisajes y la climatología son factores inherentes de la narración donde los sonidos (y su ausencia), olores, colores y emociones juegan un crucial papel: son acordes el ambiente exterior y el interior del protagonista. Elementos naturales (el frio, la nieve, la lluvia, el fuego, el viento, el río, etc.) y diversos objetos cotidianos son esbozados por Llamazares con un claro significado simbólico.
Las metáforas son también un punto fuerte y característico del libro. Todo el que tenga un poco de cultura literaria es capaz de apreciarlas, comprenderlas y asimilarlas. La lluvia amarilla, el musgo, las casas pintadas de amarillo, etc. En todo el libro abundan, y, al fin y al cabo, el libro en sí es una gran metáfora. Es una metáfora preciosa que simboliza la muerte. Ese es el tema principal del libro. La muerte, el abandono, el olvido. La tristeza, al fin y al cabo.
Salvo una reflexión en voz alta en la última frase, la novela no cuenta con ningún diálogo.
“Pero todas [las construcciones], más tarde o más temprano, más tiempo o menos tiempo resistiendo inútilmente, acabarán un día devolviéndole a la tierra lo que siempre fue suyo, lo que siempre ha esperado desde que el primer hombre de Ainielle se lo arrebató” (pág. 125).
Nota: 4,5 / 5
2 comentarios:
Fantástica reseña. No conocía esta novela, pero tras leer tus impresiones, y la descripción que haces del tema y la forma en que el autor lo narra, he sentido una gran curiosidad por él. No sé cuanto tardaré en leerlo, pero sin duda, antes o después, acabaré dándole una oportunidad ya que pocas novelas tratan un tema tan otiginal como en este caso y de manera tan acertada.
Muy buena, Javi, tanto, ¡que estoy deseando leer el libro!
Parece muy profundo. Además, no sólo trata el problema del despoblamiento y abandono de las zonas rurales, que tristemente sigue siendo de actualidad y es muy preocupante; sino que además, lo aborda desde el punto de vista psicológico, enriqueciéndolo aún más. A mí esto me toca la fibra sensible especialmente, pues es una problemática que se está dejando sentir en mi tierra y es una verdadera pena.
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